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Luna vive en un pueblo de la Laponia española donde los inviernos son más fríos porque falta calor humano. Donde años años atrás sus padres superaron las adversidades que a otros vencieron con el hostal El Descansillo; donde al nido le crecieron cimientos. Y aunque ya está de vacaciones, y no tiene que tomar la ruta que la lleva a clase a Molina, sigue madrugando para hacer lo que más le gusta: patearse los alrededores y subir al Monte de La Torre. Está convencida de que donde algunos solo ven los restos de unos corrales, se ocultan las viviendas de sus antiguos pobladores. Su amigo Luis sabe bien que su corazón es celtíbero, y Jorge, el huésped, empieza a descubrir que quizás por eso Luna se atrinchera en aquel pueblo que estaba llamado al olvido.
Nadie que no hubiera estado allí arriba podría imaginar que bajo las copas de sus pinos, y entre los troncos de las fastuosas sabinas, se alzaban casas y corrales. Donde nada habría cambiado si el calor no hubiera llegado de pronto y los pastores hubieran regresado sin bajas en sus rebaños. Lubos teme que Avaro se aproveche de la desgracia. Pero encuentra la fuerza para superar sus miedos en los ojos de su amada Kara, y en el abrazo de su hermano, Sekilo, recién llegado de Contrebia Belaisca.